SÉ AUTÉNTICO CONTIGO MISMO. CAPÍTULO I: LA ENVIDIA

Dice Jordan Belfort que “cuando alguien crece siempre aparece un mediocre que intentará tirarte abajo”. Los triunfos en la vida, en el trabajo o en el amor siempre están amenazados por un mal endémico que se llama envidia.

La envidia, de la cual muchos de nosotros hemos escrito en múltiples ocasiones, es quizás el peor de los males que atenazan a la sociedad, probablemente con mayor fuerza destructiva que la de un arsenal nuclear y mayor virulencia que la de una pandemia.

Este fenómeno es tan antiguo como la humanidad o incluso como la vida. Uno se imagina a un hombre de la caverna envidiando a otro por la presa que había cazado o por la belleza de las pinturas de su cueva. Llevando la imaginación al límite, se podría llegar a creer que algunos intentos fallidos en la evolución de las especies obedeciese a la envidia que despertaron en algunos seres unicelulares los avances moleculares innovadores de otros seres que fueron convenientemente fagocitados por los primeros para que ¡dejasen de molestar!

La envidia se convierte en el símbolo unificador de aquellos que participan en guerras de estados, empresas o familiares, justificando la destrucción de aquello o de aquél que es envidiado. No se trata de colores ni de partidos, de religiones ni de credos; es el deseo común de destruir a quien prospera, que se convierte en la noxa a batir, siendo la este sentimiento la chispa necesaria que activa el odio de los envidiosos.

Su naturaleza versa tanto de potencia como de determinante. Inflige dolor mientras actúa y vende el cese de hostilidad como un favor. Cuantas veces se cesa en el empeño de alcanzar una meta con el fin de calmar a los envidiosos y así evitar que dejen de infligir dolor. Un servidor les recomienda no cesar, ya que el único resultado es la satisfacción de los envidiosos cuya influencia se desvanece con facilidad, al igual que lo hace la neblina con los primeros rayos del sol, aquel que brilla como nuestros mayores éxitos.

¡A la mierda con la envidia! Seguro que así han gritado alguna vez por desesperación sabios de vocabulario culto, intentando expresar con este exabrupto lo que todas las personas de bien deseamos. La verdad es que uno se imagina la envidia como un pequeño excremento que va adquiriendo volumen mientras es empujado -cual escarabajo pelotero- por sus creadores -unos insignificantes seres llamados mediocres- hasta hacerlo muy visible, cualidad que hoy definimos como “viral”. Es decir, se trata de conseguir que todo hijo de vecino pueda apoyar una mentira hasta convertirla en una “falsa verdad” que acaba infectando hasta al más tolerante, despertando en él un sentimiento de odio que jamás hubiese tenido de otro modo.

De ti, envidia, surge la pérdida de prosperidad, ya que el envidioso pretende bajar el rasero de su entorno a la altura de su mediocridad. Y lo consigue favoreciendo la emigración de los mejores talentos o, cuando no, eliminándolos con la muerte física o, al menos, intelectual.

Aunque es prácticamente imposible huir absolutamente de este contaminante ambiental, conviene intentar sobrevivir siguiendo una serie de directrices.

Como dice Warren Buffett, “uno mismo es el activo más importante”. Para perfeccionarnos, debemos invertir en nuestra formación y comprometernos con nosotros mismos. El compromiso es fundamental, eso sí, con los sueños de uno mismo. No me refiero a impulsos fruto de una insolación lunar, que son más bien ideaciones de héroes de cuento y demás peces de colores. Si es así, tome las siguientes indicaciones; vaya al espejo y, si no se reconoce en el cuento, verá que es demasiado soñador.

Como seres sociales, necesitamos unos modelos de éxito a seguir –no necesariamente económico- y unos compañeros de viaje. Volviendo a Buffett, éste llegó a decir que “Lo mejor que he hecho fue elegir a los héroes correctos”. Es importante seguir a héroes de verdad, no a esos iconos de pacotilla que convierten a la basura –el odio y la envidia- en el capital que mueve sus acciones y arrastra a sus seguidores.

En cuanto a los compañeros de viaje, uno ha de escoger bien el entorno y ha de evitar los problemas. Un servidor considera que los problemas nunca vienen solos, siempre hay alguien que los crea. Siendo sinceros con nosotros mismos, el ser humano llega a ser tan estúpido que llega a crear sus propios problemas, a veces atacando al que le hace bien. Me viene al recuerdo la célebre frase de Billy Wilder, uno de los más influyentes cineastas del siglo pasado, cuando decía que “ninguna buena acción queda sin castigo”.

¿A quienes elegir como compañeros de viaje? Son muy importantes los que surgen del amor y los que están en la familia. Pero las familias también están llenas de envidiosos. Mi recomendación, y la que nos procura la historia, es la de respetar y seguir los consejos de los progenitores, salvo que sean presas de la mediocridad. Uno puede formar una pareja con una persona maravillosa, pero los padres – por regla general- no suelen fallar. En cuanto al resto de la familia, en todas las dinastías hay envidiosos, por ello se recomienda huir de los parásitos -de sangre o acoplados- que podemos encontrar en todas las sagas familiares y que llegan a convertirse en elemento negativo en la valoración de riesgo por las entidades financieras.

Por último, establezca objetivos a largo plazo. Se trata de que usted adquiera una identidad, que se convertirá en el mejor escudo frente a los envidiosos y a sus artimañas. Si finalmente consigue sus objetivos, viva discretamente. Los horteras y presumidos generan más rechazo y envidia, incluso a buenas personas que no entiendan el por qué a ellos no les ha sonreído tanto la vida.

Conclusión: sea usted mismo y siga su propia dinastía, salvo que sea usted un mediocre (deseo por mi bien que no sea así). En caso de mediocridad intente disimularlo lo máximo posible, búsquese un buen modelo a seguir (en ocasiones funciona) o consulte a su médico (cada día nos sorprenden con nuevos tratamientos).